LITERATURA [textos breves]

Rrose habla siempre en S.

Oriol Espinal

colaboración en revista / 2008


Tras una nueva jornada de bloqueo creativo, cerré mi cuaderno soltando un “¡vaya mierda de día!” y me acosté sin siquiera dar las buenas noches al gato. En cuanto caí dormido una mujer, digamos que ambisexual, irrumpía en mi sueño y decía: “Because actually Monsieur Duchamp c’est moi. And you? Who damn are you? ”. “No lo sé —yo respondía—, y eso, según usted (si en verdad es quien afirma ser), sería lo mismo que decir: ‘no creo’. De hecho, tampoco sé por qué y para qué soy, y mucho menos qué soy y cuál es mi lugar en este sueño”. “Todo aquel que crea no cree —susurraba la mujer—, pues sólo quien con suma discreción descrea en mí podrá labrar el campo inconmensurable que regalé a los hombres. Quiero que seas el nuevo misionero de la insolencia, quien restaure mi reino antes de que las ideas se extingan de las palabras y éstas únicamente sirvan para dar sentidos pésames sin sentido a los solteros rechazados”. “Pero si usted nunca deseó tener discípulos”, decía yo, sin dar crédito a lo que estaba escuchando. “Mi único anhelo en estos momentos —decía la mujer— es que actúes a modo de resolución de mi voluntad retardada. Anota en tu mente lo que voy a decir y actualízalo en tanto que contraestético ‘mordente’ físico.

1) acte d’honneur: lograr que en la no-visión se haga visible el sol que abrasa los órganos de placer retinianos (mejor si te encomiendas a santa Lucía);

2) acte d’humour: desdaliniza el bigote de esa muchacha cuyo nombre suena a puta cara (tú même debes hacerlo: no valen barberos que ansíen un lugar en la historia);

3) acte d’amour: buscar la primera versión de la Roue de bicyclette (asegúrate en este caso la colaboración de un buen sabueso). Si finalmente dieras con ella, pega fuego al taburete y fija la rueda sobre un cubo de mármol en cuyas caras visibles y con lápiz labial (mejor rouge que rose) deberás escribir la frase Who's Afraid of Rrose Sélavy? Luego instala la obra en el 68 de la Rue du vice, de Rouen”.

Siguiéndole la corriente, yo le preguntaba si debía hacer algo en relación a la exhibicionista de Filadelfia. “Naturalmente —respondía ella—, y ése será tu tour de force. Busca un varón (mejor si es apuesto) dispuesto a complacerla de por vida. La que armó el gran tinglado del mundo ya dijo que no era bueno que la mujer estuviese sola, y mucho m…”. De repente una voz en la oscuridad interfería en la charla diciendo: “¿Y no dijo de paso que no era de recibo que la verborrea se adueñara de los párrafos?”. Percibiendo mi perplejidad y con voz de anciana bondadosa, la mujer me decía: “No temas, hijo, es Ferdinand Dupré, el editor de And however. Su enfado (aparente y metairónico) amainará en cuanto nos adueñemos del silencio que ilumina el castillo de las ideas puras, sin embargo...