ser polvo que en oro ilusorio el sol transmuta,
néctar de flor libado, hierba entre la hierba,
polen que ha esquivado ramajes y telarañas,
alasemilla entrando en barrena fecunda
ser aliento pestífero, lengua sin lengua,
y escuchar el estruendo del vilano al chocar
contra despeñaderos de aire, contra el silencio
de una oscuridad calentada por un sol niño
mirar la lluvia como la miran las ardillas,
sin fundir en sus aguas las gotas recordadas,
cuando la lluvia no era solo lluvia sino
nube, relámpago, arcoíris, charco y caracol
oler la orina de la hembra, el mojón de los machos,
la turba pútrida y la llamada de la trufa,
acosar a los bultos que a ciegas corretean
por un mundo delicioso cebado de apetito
sentir el empujón de la sed y del hambre,
saborear, sin la espina de la culpa, la sangre
de las presas, beber el zumo de la baya,
lamer la sal junto a bestias de mayor rango
ser garra, colmillo, mandíbula, pico encorvado,
arar las carnes, mordisquearlas hasta extraer
la esencia del metal caído de los cielos,
el néctar de las vísceras, el alma de la nuez
masticar al que masticó a otros hermanos
que masticaron carne de carne masticada,
y luego digerir el festín mientras la ubre
de la noche más blanca mis miedos amamanta
ser una sombra entre las sombras asustadas
cuando un ala lacera la piel de las tinieblas,
volar sobre los claros de un laberinto verde,
tejer un nido sobre la sombra del ciprés
volverme huevo y regresar de nuevo al mundo,
mirar la noche y saber que suyo es mi cuerpo,
saludar las albas doradas copiando el grito
del viento que sacude el árbol de poniente
enfermar entre adelfas, purgarme con laurel,
curarme tragando resina rellena de escorpiones,
bebiendo savia de la higuera que un rayo hirió
la mañana en que un sueño dio a luz al hacedor
adentrarme en las carnes del reino del anélido
y degustar el óxido y la hez de la tierra,
mientras afuera, con su oro verdoso, las moscas
enjoyan la última cagada de un león agónico