...y al chocar con los escollos
saltaste al agua negra y fría,
y pese a que el mar era bravo
y los islotes te cerraban el paso,
nadaste con la certeza de que tu cuerpo
no engordaría la lista
de los que habían muerto
recubiertos de una patulea
de gaviotas, moscas y cangrejos.
…y al arribar a la playa,
hundiste el rostro en la arena mojada,
y al levantarte y maldiciendo
tu audacia, contemplaste el molde de tu cara
y lo pisoteaste con violencia...
...y al atardecer amontonaste los despojos
de tu falucho y les prendiste fuego.
Ahora mismo no sabrías decir
si lo hiciste para agradecer que un dios
hubiera nacido en una isla desconocida
o simplemente para emular al eremita incendiario
que habías conocido en un desierto.
Fuera lo que fuese, lo que no has podido olvidar
es que después de prender fuego a la pira,
las llamaradas, que no eran una súbita
aparición del dios de Moisés,
te dedicaron unas palabras
que tú ya habías tenido ocasión
de escuchar en un sueño.
Las volveré a decir:
Entra en las ruinas del templo
y busca el boquete del altar.
Es preciso que sepas que sólo si alcanzas
a percibir el canto del vértigo,
podrás surcar el espejismo del cuerpo
y sufrir la miseria del soy.
Y si pese a ello te sientes afortunado,
no por haber hallado una pluma de albatros
sino por no compartir la misma naturaleza
de las columnas que a tu alrededor se esparcen
–columnas de basalto, de basalto anterior
a cualquier concepción del tiempo,
a cualquier ojo que mire con la mente,
a cualquier raíz que haya podido
rajar su estructura molecular–,
no olvides que sólo su frágil fortaleza acariciará,
tras extinguirse tu momento,
la ineluctable ceniza de tu luz.
...y todavía hoy, cuando miras al sur,
a menudo lo ves navegar
por las lagunas de la memoria,
especialmente los días en que los sentidos
te dan fe de la existencia
de aquel lugar donde el poema
late antes de ser ahogado
por los límites del lenguaje,
de la existencia de ese centro
que con claridad se perfila
ante nuestra inadvertencia,
pero que se desdibuja y desvanece
si no tributamos honores
a los eriales que lo asedian...
...sí, a menudo lo ves navegar
si el mundo que tu mente interpreta
vuelve a decirte que la medida de la luz
se halla en la desmesura de la noche,
y que no hay más patria digna de tu amor
que el desierto y su nieve dorada,
y que cada nuevo día
aumenta el número de yugos dispuestos
a sirgar al que acecha con desconfianza
a quienes erigen templos sin licencia,
y que aunque haya quien pretenda abolir el azar
con toda clase de dados deterministas,
nada ni nadie propiciaron
que al poco de haber resuelto
que esta crónica moriría con un simple «y...»,
leyeras por vez primera
el «And...» que pone fin al Canto II de Pound,
y...