Incorporando una lírica más acentuada de lo común, los poemas que dan forma a este libro no abandonan la senda que en mi anterior poemario marcarían las experiencias personales, ni tampoco abdican de algunos de mis asuntos habituales: el poema y el hecho en sí de componerlo, el amor en su doble componente carnal y espiritual (si es que el amor puede estar sujeto a categorías o dualidades) y los mares y jardines, de Almería o del país de los ensueños. En su práctica totalidad, los textos de este libro —presentados en orden inverso a su fecha de composición—son el resultado de un viaje introspectivo que me permitió experimentar trances poéticos de una intensidad sin precedentes, unos trances que yo propiciaba amparándome en un silencio casi absoluto o en músicas que me ayudaban a adquirir un estado de profunda serenidad. Lograda esa coyuntura, el poema salía de mí como un fluido que se rezuma por los muros de la mente, como una secreción que trasciende, que resucita de su larva informe y adquiere un cuerpo con alma y entidad propia.
Meses después de haber terminado el libro Prolongaciones, retomé mi actividad poética componiendo algunas piezas sueltas, en todo momento a tientas y sin la concurrencia de premisas o reglas de juego. No obstante, no tardé en observar que aquellos nuevos poemas presentaban ciertos rasgos comunes y no poco significativos. A saber, todos los textos habían sido escritos de un tirón, hallándome yo en un jardín o frente al mar y actuando el medio natural como agente provocador de mis intuiciones más sutiles. Dicha observación terminaría definiendo los cauces y los límites de lo que sería el nuevo proyecto Mares y jardines, un proyecto cuya indisimulable y buscada diversidad formal, no contradice los elementos que vertebran su fondo, un proyecto que no desdeña los mares y jardines que recrean los mecanismos del deseo, la nostalgia y el duelo o aquellos otros que tan solo se dejan visitar en las regiones del ensueño o en el ámbito onírico y de la noche en blanco.
En 2014, poco antes de terminar el tercer libro de Periferias, ideé un nuevo proyecto poético titulado Fuentes y afluentes. Mi propósito consistía en elegir un verso ajeno y utilizarlo como punto de partida de un nuevo poema. El proyecto quedó finalmente postergado y no fue hasta julio de 2016, al término de la lectura de un poema de Emily Dickinson, cuando decidí modificar las condiciones de la idea inicial: el nuevo proyecto se titularía Prolongaciones y las reglas del juego consistirían en tomar los últimos versos de veinte poemas —o de poemas enteros si estos eran muy breves— compuestos por sendos grandes poetas, para luego prolongarlos a mi antojo, si bien tratando de conservar, en la medida de lo posible, su estilo característico. No negaré que la mayor parte de estas prolongaciones son pastiches que incorporan un cierto grado de impostura, pero ello no me impide afirmar que el poemario en su conjunto es deudor de mucha verdad, de lo que es auténticamente verdadero en la vida de uno.
Los tres libros que integran el ciclo poético Periferias (Luz, Muerte y Viento) fueron escritos en 2012, 2013 y 2014 respectivamente. Si bien de entrada me impuse ciertas condiciones, con el tiempo me fui liberando de todo centro rector y opté por dejar que el propio poema fuera definiendo su hechura, su propia periferia, a través de su natural, y hasta cierto punto automático, fluir. El resultado final se presenta como una serie de composiciones formal y temáticamente muy diversas, cuyo único y buscado común denominador estructural son los poemas liminares y de cierre de cada libro.
Escrito originalmente en catalán, El universo en tres versos puede ser considerado tanto una colección de haikus sin más, como un poema tripartito donde cada elemento se conecta con el resto y con ninguno al mismo tiempo. Salpican sus versos el asombro que el mundo genera en el hombre, la idea (siempre equivocada) de la muerte, algún que otro juego de palabras, la celebración del amor o la mención a las sombras del siglo pasado.
Díptico negro está integrado por los poemas Naturaleza muerta y 15 de agosto. El primero, escrito en 2006, se articula en cinco secciones y se trata de un texto que se nutre tanto de sueños inventados o de vivencias personales relacionadas con la muerte, como de reflexiones sobre el hecho poético y el poema mismo. Por su parte, 15 de agosto, compuesto en 2003, es una rememoración poética de la agonía, muerte y entierro de mi abuelo materno, hechos ocurridos cuando yo contaba diecisiete años y mis intereses estaban todavía muy lejos de la poesía. Sin una forma tan definida como en Naturaleza muerta, 15 de agosto incorpora a su discurso versos ajenos (algunos dedicados a mi difunto antecesor) y alguna que otra visión fugitiva provocada por el recuerdo nostálgico de un mundo que ya no existe y cuya atmósfera posibilitó que el autor de esta nota llegara a ser el que es.
El tema común de los poemas de Crónicas del fracaso, el primero de mis tres poemarios escritos en catalán, se nutre en la imposibilidad de alcanzar la perfección y la irremisible condena al fracaso al que todo proyecto humano está abocado, sean las causas de ello los límites que marca el talento, la inseguridad ante la tormenta de los días, los errores estratégicos, las trampas emocionales o directamente la fatalidad tout court.