Articulada en dos relatos independientes (Ángel Salvador y Salvador Alas), Finales se presenta como un díptico narrativo cuyas historias están conectadas por elementos formales y conceptuales afines, a saber, el género teatral, el monólogo dramático pronunciado por un artista y dirigido a un único receptor, la ópera como fondo sonoro relacionado directa o indirectamente con la acción, y la consumación premeditada de la muerte, sea mediante la eutanasia voluntaria o el suicidio reflexivo.
Planteada como una alegoría sobre la imposibilidad de escapar de los tentáculos del sistema, Los círculos del sur nos habla, como diría Cernuda, del alto precio que deben pagar los libertos en ruptura con todo. El protagonista de la historia, Mario Mundi —un artista polifacético y cosmopolita—, decide dar un giro a su vida y adquiere una pequeña finca situada en una comarca remota y despoblada. Sobre las ruinas de la antigua vivienda construye una casa, de planta circular, donde se instala a vivir en compañía de su mujer. Escaso tiempo después de su estancia en la comarca, ambos vivirán, junto a otros vecinos de la zona, una experiencia apocalíptica que, dada la concurrencia de no pocas situaciones fantásticas, bien podría ser considerada de simple, o no tan simple, pesadilla.
Novela de corte experimental, Los círculos de sur se articula en tres bloques, de siete capítulos cada uno, y una coda final, y está construida como un collage compuesto con diferentes técnicas de escritura. Sin un único narrador, el relato se va hilvanando con el testimonio de los personajes, cuya voz fluye a través de monólogos, soliloquios y guiones cinematográficos, amén de cartas, notas de diario, sueños, transcripciones de documentos sonoros o entrevistas periodísticas.
Tras varios años escribiendo cartas a su difunta esposa, todas ellas cargadas de argumentos científicos relativos a un pez fósil, el ictiólogo Santiago Miralda redacta, antes de darse muerte, la que será la última de la serie. Se trata, en este caso, de una carta muy distinta de las anteriores y en la cual el profesor Miralda no hace mención a sus obsesiones salvo en los prolegómenos de la misma. El resto del escrito está enteramente dedicado al relato de un sueño que el científico había tenido tiempo atrás y en el cual su cuñado, Alberto Miralpeix de Castellfort —un aristócrata tan culto como arrogante—, se erige en el gran protagonista de una correría nocturna plagada de situaciones disparatadas. Planteado el relato onírico como una bajada a los infiernos que bebe, entre otros, de Homero, Dante, Wagner, Joyce o Cervantes, su protagonista terminará siendo testigo de una visión redentora y caerá rendido como Pablo en su camino a Damasco.
Este relato es una ficción basada en dos experiencias personales. La primera, haber sido víctima de abusos sexuales por parte de un sacerdote pederasta; la segunda, haberme encontrado, dos décadas más tarde y de manera inesperada, frente a mi agresor, a quien la casualidad lo había enviado a oficiar el funeral de uno de mis hermanos. Presa del asombro y reprimiendo mis instintos más primarios, me limité a mirar al cura desde la posición emocional del que ríe el último. Sé, lo leí en sus ojos, que verse ante mí en semejante aprieto supuso para él una penitencia humillante. Por el contrario, yo viví aquel desenlace como un desquite que el destino estaba obrando por mí.