En Escenarios para un periplo el artista nos propone un viaje iniciático a través de una tríada de espacios, objetos o escenarios que invitan a la experiencia del arte a modo de peregrinación para alcanzar la sacralidad, la inmortalidad, la realidad absoluta o la busca de un centro como utopía. Entre la alquimia y el esoterismo, Oriol Espinal nos plantea el laberinto como imago mundi, y su centro como símbolo de la finalidad absoluta del hombre o la imagen del paraíso recobrado. Esta visión del laberinto como puerta de entrada a la dimensión de lo sagrado, coincide en señalar con Mircea Eliade que la misión esencial del laberinto es la defensa del centro, sin olvidar la dimensión psicológica que éste adquiere en la obra de Jung. El primer escenario de la exposición, Refugio para caminantes, es una suerte de jaula en cuyo pavimento un laberinto substituye la idea de templo o de construcción iniciática, y al mismo tiempo quiere ser el reflejo del corpus celeste en la tierra, símbolo de la pérdida del espíritu creativo, la idea de caída defendida por el Neoplatonismo y la necesidad consecuente de buscar el centro perdido. En esta obra todo ello se halla representado en un libro: el Codex Viatoris, que enlaza directamente con Drache, la exposición que Oriol Espinal presentó en 1993 en la Galería Alejandro Sales. Este libro es un objeto bellísimo que nos proporciona la clave, el código de acceso a la espiritualidad y al centro anhelado; un manual de ruta para los caminantes que se impliquen en este periplo interior.
La segunda pieza, Tabernáculo para un manual, presenta la apariencia de un sagrario y en su interior se custodia el libro El ojo dorado, cuyo contenido recrea un recorrido a través de la idea de sacrificio, de la herida inevitable que genera este convulso proceso iniciático en pro de la busca del centro. El libro, que se desplaza del rojo al dorado, muestra el precio del dolor e invita despellejar el dragón que todos llevamos dentro, a deshacernos de las periferias inútiles y avanzar hacia el Selbst.
En cuanto a la tercera pieza, La sima de los libertos, hemos de decir que se trata de un objeto cilíndrico, de una suerte de pozo escalonado en cuyo fondo descansa un espejo. En el marco de esta subterraneidad encontramos el Cuaderno de noche, un librito que reproduce gradualmente cada uno de los dieciséis escalones descendentes de este pozo que vierte textos sobre su superficie exterior. Para subir es menester bajar; para ascender a la luz es necesario descender a lo umbrío, o lo que es lo mismo y como puede leerse en el mismo Cuaderno de noche: Monter c'est descendre a la nuit des sages; descendre c'est monter au mensonge des sens.
Escenarios para un periplo es, pues, una tríada, un mandala que invita a una visión cósmica del ser y a la busca del hombre como centro y totalidad.