La instalación El agua y el silencio se ofrece a quien desee mirarla, leerla, escucharla o pensarla, como una propuesta abierta, donde los diferentes lenguajes que la configuran, surgen y participan de una misma idea que los hermana y concede unidad genética. Así, el aspecto visual, el aspecto poético-textual o el aspecto musical-sonoro, cohabitan imbricados en un tejido que los conecta y les da sentido dentro del conjunto. Cada elemento necesitará de este contexto si no quiere perder su propia naturaleza y devenir un ejemplar desposeído de su razón de ser. Para que la pieza logre su propósito, es del todo necesaria la concurrencia de lectores que caminen entre sus palabras y sonidos, y de caminantes que aspiren a leer su mobiliario. Es, pues, mediante el establecimiento de esta relación simbiótica que los lectores-caminantes podrán percibir, entre otras cosas, como la disposición ininteligible y caprichosa de los astros en lo alto de un cielo nocturno artificial, se permuta, en la profundidad de su propio reflejo, en orden legible y revelador. A continuación, trataremos de pergeñar un posible itinerario para el lector-caminante. El lector-caminante accede al espacio donde se halla emplazada la instalación, encontrándose, en primer término, ante un letrero luminoso (El Umbral-Silenciario) atravesado en el suelo y donde figura la frase Respetad el silencio de los especuladores. ¿Un cebo para estimularlo a cruzar en silencio la frontera que separa dos espacios con opuesta cualidad ontológica (el mundo exterior y el mundo interior de la propia instalación) o quizás sí mismo hacia afuera y sí mismo hacia adentro? Una vez que haya cruzado El Umbral— Silenciario y, por consiguiente, accedido al espacio interior de la instalación (El recinto del observatorio), el lector-caminante se encontrará frente a una suerte de mesa-jaula (La mesa de lectura) cuya zona superior está cubierta de agua. Justo encima de la mesa de lectura, colgados en la pared frontal, el lector-caminante se enfrentará a cuatro letreros luminosos (El universo mudo) cuyas palabras figuran invertidas. El lector-caminante observa entonces el reflejo de las palabras en el agua de La mesa de lectura y repara en que gracias a dicha inversión se hace posible la lectura del universo mudo, en cuyo nuevo enclave adquiere el nombre de El sermón de los astros. El lector-caminante lee, en primer lugar, las frases de los dos letreros superiores: Especular es contemplar el universo con un espejo de agua (¿el recuerdo de una técnica astronómica arcaica, la descripción del propio acto del lector-caminante o una proposición que invita a la consecución del Silencio mediante un abandono?) y Leer es perforar la mente propia con mentes intrusas (¿la definición de su propia acción lectora reflejada en el agua, o acaso una fórmula para devolver la cualidad de evidente a lo que a todas luces se presenta como misterioso?). Seguidamente, el lector-caminante lee la frase El agua: soporte de signos aparecidos (¿una metáfora del espacio-continente infinito y tolerante o, simplemente, una alusión a la página donde está escrito El sermón de los astros?). Tras lo cual, y ya para acabar esta parte del recorrido, aborda la lectura de la cuarta y última frase: El silencio: muro contra las tormentas analfabetas (¿una morada íntima que le protege del reduccionismo de los nuevos oráculos, o acaso un estado interior alienante capaz de actualizar sus potencias más sutiles?). Acto seguido, el lector-caminante dará media vuelta y se dispondrá a salir del Recinto del observatorio, mas no sin antes enfrentarse de nuevo al Umbral-Silenciario, en cuya segunda vertiente figura escrita tres veces seguidas la palabra silencio. ¿Acaso como un insistente recordatorio para que nunca olvide la única respuesta posible a la Pregunta de preguntas?